miércoles, 4 de enero de 2012

El laberinto de nuestra mente. Ergástula o promesa.

Reflexión sobre los procesos neurocognitivos

Los cantos del sentir sosegado
surgen de las raíces,
nunca fluyen del follaje. 


Jorge Luis Borges en el poema Para una versión del I King advierte:

El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres.
La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro puede haber una luz, una hendidura.


El ciego vidente de las bibliotecas recupera una antigua voz: ergástula. Cárcel de la antigua Grecia destinada a los esclavos. Nuestra mente puede serlo de nosotros, si no somos capaces de comprender de qué laberinto se trata y para quién juega el pequeño minotauro, el llamado por Buda mono ignorante.

El Minotauro es el fruto de las nupcias evolutivas entre lo terreno y lo celestial, entre lo condicionado de la naturaleza y lo ambiguo y meduseante de la perversión original. Ser simbólico situado entre la carne indómita y una naturaleza monstruosa representa el máximo estado de ignorancia y culpabilidad.

Es cifra de confusión y matriz de todos los condicionamientos de los que el monstruo no es responsable ni de su estigma ni de sus desenfrenadas pasiones.

La responsabilidad es nuestra.

Liberarnos de él representa el primer combate que tenemos que librar en el camino de la interioridad, es decir de hacernos cargo de nosotros mismos, de nuestros proyectos, de nuestra vida diseñada desde la auto-nomia y no desde los mandatos de las “voces de la comarca” y sus sistemas de creencias. Una vida, al fin, que sea una historia dentro de la historia y no un destino ineluctable implica reconocer el laberinto como estructura de nuestro cerebro y derrotar al Minotauro.

Él, junto con Medusa son los dos personajes que enmarañan los sistemas simbólicos de nuestro cerebro atrapándolo en las redes de la Compañía Imaginaria. Aquella que monta permanentemente las escenas de nuestros circos mágicos en los que se despliegan sin cesar ilusiones, fantasías, desdichas y frustraciones.

Reconocer a estos personajes como arquetipos simbólicos que, desde pequeños, enmarañan nuestros sentimientos y pensamientos. En realidad no son nuestros, esa es una de las alucinadas ilusiones, ellos son el producto argumental de la inautenticidad condicionante.

Darnos cuenta desde la serenidad y el trabajo comprometido de las obras enmadejantes y ambiguas de Medusa nos permitirá decapitarla con el arma de la comprensión.

Con respecto al pequeño Minotauro no es cuestión de desperdiciar su energía matándolo. Reconociéndolo como torpe saboteador, proveniente del orden de la cultura y como fuente pulsional de la evolución podemos transformarlo en un centro de energía oscura, como la cósmica, la que al ser trabajada, en nuestros procesos de crecimiento interior -al ser lo oscuro, desde esta comprensión, luz aún inhibida- puede transformarse en un manatial de claridad y aprendizaje; una cantera, o jardín, en donde trabajar nuestra interioridad, liberándonos de los condicionamientos desrealizantes. Se instala aquí el espacio de las “Trampas Cognitivas” sobre el que ya volveremos, luego de un necesario rodeo.


Arqueología de nuestra mente

Vamos a realizar un paseo por la arqueología del cerebro para tratar de llevar la comprensión de la evolución de nuestros procesos interiores a la profundidad que se merece en el camino elegido de descondicionarnos, comprender desde dónde conocemos y ampliar nuestra visión anticipatoria.

Si, como afirmó Parménides en su aforismo V, “pensar y ser es lo mismo”, algo grave sucede en el curso de la evolución del universo. Grave en su doble acepción, como Heidegger ha precisado, en tanto rasgos adversos y sombríos de una época, acumulación de fenómenos indignos y producción de cuanto hay de fútil por un lado; y lo bello, lo grato y el don, por otro.

Recién cuando nos hayamos relacionado con lo misterioso y propicio como lo que propiamente da que pensar, estaremos en condiciones de meditar también sobre el concepto que debamos tener de lo maligno del mal.[1]

En el permanente sucederse de las construcciones, destrucciones y aniquilamientos, lo misterioso del hombre, y fundamentalmente del frágil bien, estaría en lo insondable del universo y de las orientaciones del pensar. Entendemos por tal, siguiendo lo espigado por Heidegger como el inevitable camino que nos conduce a lo pensable; en otras palabras al ser en cuyo ámbito, y solamente en él, hay pensamiento. Lo hay en tanto hay memoria, la cual como dice el filósofo man-tiene o custodia, apacenta o pastorea, teniendo siempre a mano la reunión del pensar. Se preguntó en el inicio del curso de 1951-52 en Friburgo - Breisgau: ¿Pensar en qué?. Y se respondió: “En lo que nos mantiene en la medida en que ha de pensarse. Lo pensado es lo dotado de recuerdo por el hecho de que nosotros tendemos a ello”[2]

Sucede que el hombre, por ser tal y para mantenerse como alguien, necesita pensar ya que, evolutivamente, es el único animal que duda. Aquí el lenguaje, como organizador de todas las funciones mentales[3], se consagra como el partero de las concepciones del mundo, es decir las numerosas cartografías que posibilitan el diseño y construcción de las infinitas formas de organizar la información para tener “un mundo habitable” que permita proyectar un “mundo deseable”.

Mediante el pensar adquirimos un saber. A qué atenernos en el propio mundo; existen por ello diversas maneras de construir y por lo tanto de percibir el mundo. Jaspers sostuvo que una concepción del mundo no es un simple saber acerca de algo sino que se sustenta en valoraciones, es decir en la especifica manera de vivir los valores; en la manera de configurar la vida y en todo aquello relacionado con el origen y con el destino.

Se refería el filósofo a lo último y lo total del hombre, tanto subjetivamente, como vivencia, fuerza y reflexión, como objetivamente en cuanto mundo conformado exteriormente. Es decir aspiraciones, creencias y comportamientos.

Más que la exactitud objetiva, importan para Jaspers los aspectos fenomenológicos, aquellos que permiten comprender cómo se han vivido y sentido las diferentes “realidades” en el transcurso de la acción.

Cuanto más tiempo nos ocupamos de estos contenidos de concepción del mundo, tanto más percibimos las analogías de las formas que se repiten. (...) Sus fuentes fueron experiencias subjetivas, y éstas como tales son reales en cualquier circunstancia.[4]

En el mismo trabajo el autor destaca que: “...muchas veces no sabemos qué inadvertida concepción del mundo nos impulsa.”

Por mundo entiendo un artefacto simbólico que comprende diferentes espacios (aéreos, terrestres, acuáticos, subterráneos, inanimados, simbólicos, metafóricos o utópicos) articulados según las creencias específicas de sus diseñadores, donde se despliegan y cobran sentido objetos y seres que ejercerán diferentes grados de presión, seducción e influencia de acuerdo a sus específicas potencias sobre los hombres que en él viven.

El físico contemporáneo Erwin Schrödinger ha escrito al respecto:

El mundo es una construcción de nuestras sensaciones, percepciones y recuerdos. Conviene considerar que existe objetivamente por sí mismo. Pero no se manifiesta, ciertamente, por su mera existencia. Su manifestación está condicionada por acontecimientos especiales que se desarrollan en lugares especiales de este mundo nuestro, es decir por ciertos hechos que tienen lugar en un cerebro. Se trata de un tipo muy peculiar de implicación, que sugiere la siguiente pregunta: ¿qué propiedades específicas distinguen estos procesos cerebrales y los capacita para producir esta manifestación? ¿Podemos averiguar qué procesos materiales tienen esa capacidad y cuáles no? O más simplemente ¿qué clase de procesos materiales están directamente relacionados con la conciencia? [5]

¿Será posible, de acuerdo a lo anterior, recuperar un pensar capaz de recibir el don y confiarlo a un decir que lo vincule con el habla primigenia[6]? ¿Se podrá producir la “rebelión de la vida” ante la “soberbia de la razón” que propone María Zambrano? ¿Será recuperable la racionalidad de las racionalizaciones dementes que se pretenden absolutas?

A tales preguntas respondemos con un sí, siempre y cuando sometamos a un riguroso discernimiento la compleja noción de razón. Para lo cual consideramos necesario tener críticamente distinguidos los diversos modelos constructivos empleados para concebir en el pensamiento al mundo.

Por lo anterior hemos intentado distinguir los modos de pensar que, como los planetas, orbitan en la galaxia-mente. Jacques Monod ha escrito: “El hombre sabe que está solo en la inmensidad indiferente del Universo, del que ha surgido por azar. Su deber, como su destino, no está escrito en ningún lugar. Le corresponde a él elegir entre el Reino y las Tinieblas.”[7]

En el orden de lo natural, lo existente, y en particular la vida, vive siempre al límite. Permanentemente gestan y juegan al infinito los neurotransmisores, reflejando las huellas de procesos de aprendizaje, el trazado de cableados neuroquímicos y el establecimiento de mapas y cartas cognitivas, por las que rumbean perfomances epigenéticas y filogenéticas para permitir el tránsito evolutivo de las especies por la vida, entre satisfacciones y frustraciones, estableciendo límites al sortear -o no- adversidades.

Francois Jacob -genetista y biólogo molecular del Collège de France y premio Nóbel de Medicina- considera que el hombre es una terrible mezcla de ácidos nucleicos y de recuerdos, de deseos y de proteínas.[8]

J.D. Vincent nos aporta:

El cerebro, el cuerpo y el mundo fluctúan de modo permanente en apasionados intercambios. No hay acto sin emoción subyacente y (…) el habla es el más apasionado de estos actos. Mis palabras y mis gestos, por una parte, mis placeres y mis dolores, por otra, no son independientes los unos de los otros, sino que se encuentran en las vías del cielo y del infierno.[9]

Será en las sutiles conexiones que establecen las neuronas donde se inscribirán de manera progresiva durante el desarrollo evolutivo intentos, aciertos y frustraciones, ensayos y errores. Selecciones sometidas a una intensa interacción y consecuentes regulaciones en la corporalidad adviniente. Nuevo organismo el hombre, nacido de la articulación del entorno con él mismo. Hoy puede afirmarse que el cerebro no representa una totalidad genética sino que en el interior de una envoltura genética propia de la especie se dan instalaciones sucesivas y ensambladas de impresiones epigenéticas, resultado de variaciones y selecciones.[10]

De acuerdo con el estado actual de los conocimientos, se sabe que conflictos evolutivos internos al cerebro sustituyen en la humanidad los procedimientos propios de la evolución biológica en las especies y crean nexos orgánicos con el entorno físico, social y cultural.

Paul Ricoeur responderá pertinentemente a la cuestión: “(…) la vida en su evolución nos ha dejado de alguna forma a la intemperie; quiero decir que la organización biológica nos conduce probablemente a cierta predisposición a la comunidad y al altruismo.”[11]

En el intrincado sucederse de las multiplicidades, transformaciones, degluciones, deformaciones y autofertilizaciones de la materia, o realidad básica, estallan pautas de conexión. Tesis central en el pensamiento de Gregory Bateson para quien la pauta que conecta es una metapauta, es decir, una pauta de pautas.

Se entiende por pauta una regla que sirve para que un algo se constituya o se mantenga por un buen gobierno de sí mismo.

El pensamiento biológico y antropológico de este autor comenzó a profundizarse en la medida que -partiendo de la base que no existe ningún tipo de materia que no responda a un cierto orden, dentro de un cierto abanico de relaciones- pudo comenzar a dar respuestas a la siguiente pregunta:

¿Qué pauta conecta al cangrejo con la langosta y a la orquídea con el narciso, y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí contigo? ¿Y a nosotros seis con la ameba, en una dirección, y con el esquizofrénico retardado, en la otra? [12]

Dichas pautas no cuadran con las diversas pinturas realizadas sobre el tema de la evolución clásica unilineal. A la vez que, en su singularidad, amplían el sentido del conjunto. Ni totalmente ordenado, ni lineal, ni necesariamente caótico; helicoidalmente laberíntico, a veces turbulento.[13]

Sistemas ciertamente complejos en los que se presenta el caos como un cierto orden difuso, generador del orden, o fondo que posibilita que el orden se constituya como figura o pauta.

Desde los extremos márgenes evolutivos en aquella naturaleza aun indiferenciada era preciso superar el gesto, liberar las manos de la locomoción y llegar a habitar las capacidades conceptualizadoras, soportadas por la arquitectura neuroquímica cerebral.

El desarrollo evolutivo de la mano incidió en las modificaciones del diseño cerebral y en el acceso a la palabra como condición necesaria para el humano estar. De aquí que hablar, habitar y ser sean indisociables.

Deslumbrante intuición paleoantropológica fue la de Kant al escribir:

La caracterización del hombre como un animal racional fúndase ya en la simple forma y organización de su mano, de sus dedos y puntas de ellos, con cuya estructura, por una parte, y delicado tacto por otra, no lo ha hecho diestro la naturaleza para manejar las cosas de una sola manera, sino indefinidamente todas, y por ende, para el empleo de la razón, significando con todo esto su capacidad técnica o destreza específica de animal racional.[14]

Será en las sutiles conexiones que establecen las neuronas donde se inscribirán de manera progresiva durante el desarrollo evolutivo intentos, aciertos y frustraciones, ensayos y errores.

Selecciones sometidas a una intensa interacción y consecuentes regulaciones en la corporalidad adviniente.

De acuerdo con el estado actual de los conocimientos, se sabe que conflictos evolutivos internos al cerebro sustituyen en la humanidad los procedimientos propios de la evolución biológica en las especies y crean nexos orgánicos con el entorno físico, social y cultural.

Conexiones múltiples y contingentes que no se avienen a una mera dominancia en la necesidad de un sistema objetivo de construcción lineal del sentido. El establecimiento de jerarquías, a menudo es complejo y no lineal, lo adversativo y los procesos oponentes interactúan de manera cuasi constante.

Muchas veces, se generan de tal manera bucles extraños. Designados así por Douglas R. Hofstadter[15] para referirse al fenómeno que ocurre cada vez que dentro de un determinado sistema jerárquico se realiza un movimiento, hacia arriba o hacia abajo, que concluye inopinadamente en el retorno al punto de partida. Serán sistemas de jerarquía enredada aquellos que presentan bucles extraños.[16]

Lo que se llama realidad básica es el despliegue de la diversidad de configuraciones que lo existente -desde los inicios del universo- asume. Cada destello, detalle, fragmento o astilla de un fenómeno concentra en sí mismo -como diría Benjamin- la verdad del todo. De tal modo, cada parte del conjunto, dentro de esas conexiones descentralizadas, conecta de manera natural con el resto de una específica constelación de efectos.

Más allá de la infinita variedad de formas es dable observar similitudes constantes de estructuras y funciones, así por ejemplo la tan mentada diferencia entre los monos y nosotros es hoy estadísticamente medible en términos de distancia genética en el ADN, es decir, el momento de la divergencia entre el chimpancé y el hombre contemporáneo es de 1,4 %, entre el gorila y nosotros es del 1,6 % y entre el orangután y yo es de 2,4 %.

Los chimpancés y nosotros nos separamos de nuestro antepasado común hace unos siete millones de años. Los gorilas se separaron del antepasado común del que procedemos nosotros, los chimpancés y los bonobos, hace aproximadamente diez millones de años.[17]

Si bien las distancias son mínimas, la reorganización que sufren los genes es muy importante. Ello se denomina evolución en mosaico, cuando una pequeña modificación en un gen ocasiona la reorganización en el conjunto de los genes, conocido también como efecto dominó.

No son entonces diferencias en la composición molecular lo que determina que un mamífero difiera de otro, sino modificaciones generalmente mínimas que se producen en el desarrollo de los embriones, modelados por el ambiente.

La diversidad genética constituye una salvaguarda evolutiva para preservar las poblaciones de su extinción. Si sus integrantes fuesen todos genéticamente muy parecidos cualquier modificación inopinada en las condiciones de vida pondría en riesgo extremo a la totalidad de la población.

La diversidad posibilita la reabsorción de los desvíos y el mejoramiento de la perfomance adaptativa. El valor genético de un individuo está dado por la falta de posesión del mismo repertorio genético que el resto del grupo o de la especie. La supervivencia ante la adversatividad está relativamente asegurada para el individuo en tanto ser único y diferente.

Es posible considerar en el interior de la materia orgánica orientaciones dentro de las orientaciones, códigos codificados dentro de códigos, tiempos encriptados en otros tiempos. Al respecto, es posible hablar de información palimpséstica distribuida en tiempos y espacios al interior de zoé, ella posee función de indicación para la conservación de modos de relaciones funcionales entre tipos de conexiones dominantes sobre la infinita variabilidad conectiva.

Desde el campo de la filosofía Walter Benjamin fue uno de los que anticipó la comprensión fractal del tiempo histórico, pre-requisito básico, en tanto durèe, de la evolución, mejor dicho de cualquier evolución, en cualquier nivel. Fue un paciente coleccionista de escenarios que al puntear presentes y describir los diversos ahoras que portan, desmanteló eso llamado ser presente, encontrando como cada pieza posee significado por sí misma, al tiempo que en su singularidad remite al pasado presentizándolo y ampliando el sentido del conjunto. De allí su obsesión por lo pequeño e insignificante. Contemporáneo epistemológicamente, su reflexión lleva a los órdenes profundamente pequeños de las autosemenjanzas, a las que hace referencia Benoît Mandelbrot, al ocuparse de formas y curvas recursivamente definidas, cuya dimensionalidad no es un número entero.[18]

Territorios y límites de meta reglas y meta pautas donde se generan y despliegan pautas de conexión. Sea en el ADN, en la alquimia de los neurotransmisores o en las brumas gaseosas de la historia inmemorialmente presente del sistema solar. En cada secreto otro más pequeño y en éste un tercero aún más pequeño y en éste uno aún más minúsculo hasta el infinito, en tanto que la importancia del descubrimiento aumenta a medida que su talla disminuye.[19]

El código genético con muy pequeñas variaciones es común y nos hermana con todas las manifestaciones de la vida pasada y presente, sin él la generación de proteínas y su ensamblaje no hubiese sido posible o se hubiese logrado de maneras meramente aleatorias y no estaríamos para dar testimonio de ello.

Hoy gracias al empecinado vigor de dicho código a lo largo de miles de millones de años no es sólo un contenido de conciencia mítica expresada en una narración cosmogónica o una metáfora poética decir -sin perder objetividad científica- que estoy hermanado con algún virus furtivo, emigrado de algún lugar del espacio estelar cobijado en alguna mota de polvo cósmico, hermanado con las algas verdiazules o que el chimpancé, los gibones y bonobos con gran cuidado y singular altruismo empezaron a enseñarme a hablar y a habitar.

La duración de lo que hemos dado en llamar un algo es en realidad la consistencia interna de ese algo o configuración. Esta no es otra cosa que la pregnancia de la interdependencia. En algunos casos -o en la particular situación de algo- a lo intangible de la tal consistencia podemos llamarlo valor. Es decir, algo vale en tanto -a pesar de cierta y necesaria aleatoriedad- se mantiene como algo consistente. De aquí tal vez aquello de talante o valor de ser, donde los valores serían enraizamientos actualizados de orientación y sentido en los légamos del alma.

Se ha dicho talante al pasar. Talante es lo que revela el modo de pasar por el instante que tienen las configuraciones de algo o de algunos. Talante para el diccionario es el modo o manera de ejecutar una cosa, disposición, voluntad o deseo para hacer, o conceder una cosa.[20]

El tono de los forcejeos, el juego por seguir pasando, el talante o los múltiples intentos de las pautas de conexión por mantenerse como tales, es decir, conectando algo con algo, o algo con algunos con cierta consistencia o coherencia, con cierto aire de familia -posibilitando rastrear series- es lo que llamaremos duración. No abstracta ilusión temporal. Sí mejor el manifestarse -éxtasis- de la pauta de conexión, en un específico campo tensional, que permanentemente se vacía, se fecunda, se transforma, se renueva, manteniendo cierto tipo de ritmos de intensidades variables.

Nos encontramos que en la tal duración podría ovillarse lo que llamaríamos principio de orientación, el cual tendría la capacidad formal de rechazar la indeterminación, al tiempo que aplicando la necesaria flexibilidad admitiría cierta dosis de ella para poder absorber los desvíos propios del espacio, suscitados especialmente en los límites y fronteras durante migraciones, desplazamientos o confrontaciones.

Orientación no teleológica, sin finalidad ulterior, mas sí orientada al mantenimiento de la consistencia y la coherencia en el mero proceso del ir siendo lo que ya se es.

Los sistemas se van limitando a sí mismos, con el paso del tiempo, según trayectorias prácticamente únicas, aunque repitiendo, en un número indeterminado de ensayos, un mismo estilo de cambio. La conversión de la energía del cambio en estilo (Talante) o información es una noción absolutamente generalizable. (…) La evolución de la materia no sería más que la restricción progresiva de las posibilidades por causa del propio desarrollo. (…) El resultado de todo episodio de selección entre individuos de diferentes especies, o entre individuos de una misma especie o de crecimiento, o de cambio de localización, o de aprendizaje y adquisición de información, y un largo etcétera depende del escenario de cada momento. Éste es, a su vez, consecuencia de la concatenación de episodios que se han vivido anteriormente, y de los que han sido actores las entidades que nos interesan directamente, así como componentes acompañantes.[21]

Somos la única especie que para llegar a ser tal debió atravesar dramáticas vicisitudes desespecializantes, proceso en el cual alcanzamos los mayores grados de precariedad biológica, en ella la prematuración humana -consecuencia mecánica de la bipedestación- demanda la organización comunitaria de un cobijo, cualitativamente mucho más complejo que cualquier nido. Espacio producto de la fertilización del entorno mediante los cuidados, la solidaridad y el amparo del amor. Ello evolutivamente fue preparado.

Nuestro cerebro lentamente venía brotando.

El intensificado cuidado parental y grupal entre los simios y monos antropoides, el aprendizaje prolongado, el fortalecimiento de las relaciones de parentesco y el enriquecimiento de los afectos y emociones habrían tenido efectos marcadamente beneficiosos sobre la perfomance adaptativa de los mismos, al tiempo que incidía evolutivamente en el desarrollo del futuro neocortex humano.

En algún momento en las glaciares brumas que cobijan el pasado, la Naturaleza encontró un modo de acelerar la proliferación de las células cerebrales (…) Perdimos nuestra envoltura velluda, el tamaño de nuestras mandíbulas y dientes se redujo, nuestra actividad sexual se hizo más tardía, nuestra infancia se convirtió en la más desvalida entre todas las especies animales: todo quedó subordinado al desarrollo de ese hongo de veloz crecimiento que había surgido en el interior de nuestra cabeza.[22]

Jean-Didier Vincent agregará al respecto:

Todo sucede en la evolución como si la dictadura de ciertos genes se viera progresivamente desbordada por factores epigenéticos. Lo que caracteriza a los vertebrados es el impresionante aumento de su interacción con el mundo (…) En la inmensidad creciente del cerebro, los territorios que representan a la vez al mundo y a las acciones que en él acontecen, recubren y borran, a modo de un palimpsesto, las viejas estructuras impuestas por los genes.[24]

En este contexto, contrapunto de voces y experiencias que nos han brindado hasta aquí los autores citados resuena como en obstinato la voz de Spinoza afirmando en la proposición sexta, de la tercera parte de su Ética: “Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”.

Dunbar[24] demostró que el tamaño del neocortex de los primates es proporcional al tamaño de sus grupos. Cuanto más importante sea el grupo mayor dedicación adquieren los cuidados y la estimulación mutua.

Esto contribuye al mantenimiento de la coexistencia y la cohesión al interior de los grupos y al reconocimiento de los individuos, junto con el interjuego de los sistemas de altruismo, mutualismo, punición, rencor y su correlato en términos de ganancias o pérdidas de adaptación. Abanico de conductas posibilitado por la región frontal del neocortex vinculada con la sociabilidad.[25]

La relación entre tamaño del neocortex y tamaño del grupo ha sido investigada desde distintas perspectivas independientes entre sí, y todas concuerdan en que el tamaño del grupo está limitado al número de relaciones que un individuo animal puede monitorear y que esto a su turno está limitado por el tamaño del neocortex. El desarrollo de éste fue correlacionándose con la geometría facial, en la cual la cara hacia adentro permite una mayor flexibilidad de la lengua y la relación con la dieta posibilitó el desarrollo -a través de la masticación- de músculos importantes para el movimiento de la lengua, al tiempo que se lograban modificaciones en la posición del tracto vocal -más hacia abajo- y así comenzó a poder ejercitarse el habla.

En fósiles homínidos se ha identificado el punto en el que el lenguaje pudo haber aparecido. Hay coincidencias con el desarrollo de la simetría del cerebro, las áreas de Broca y Wernicke asociadas a su vez con la capacidad motora de la mano.

En el homosapiens arcaico Homo Heidelberguensis de la segunda mitad del pleistoceno medio, hace 300.000 años, coincide con la cara ancha, más flexión de la base del cráneo y laringe baja. Estos homínidos pueden haber tenido una capacidad de fonación eficiente para el tamaño de los grupos que entonces existían[.26]

Una importante coincidencia que observan los investigadores al estudiar series estadísticas de materiales arqueológicos permite correlacionar la mayor capacidad cerebral con momentos de mayor ocupación del espacio e intensidad migratoria.

El lenguaje humano surgió entonces antes del paleolítico superior y tiene una base común con el sistema de comunicación de los primeros homínidos, como así también con los primates no homínidos.

Desde nuestra perspectiva metodológica y de acuerdo con el estado actual de los conocimientos estarían correctamente sustentadas las hipótesis por las cuales se demostraría que la evolución del lenguaje ha sido gradual y se mantuvo en forma transicional continua desde los primates al hombre. Se establecieron, asimismo, estados de desarrollo del lenguaje en los que el tono y la emoción, eran más importantes que el contenido y la información.

Estos procesos, a los que estamos haciendo referencia, no se dan como secuencias lineales del tipo estímulo respuesta o in put-out put. Hoy está bastante bien registrado por las neurociencias que se trataría mejor de procesos asociativos de redes de redes que se darían en el tiempo de la experiencia mundanizante y en el espacio interior de los procesos cerebrales.

Estos generarían respuestas adaptativas emergentes ante desafíos cognitivos del medio circundante, las resonancias generadas al interior del cerebro desencadenarían procesos producidos por elementos sencillos con una alta coordinación. Se trataría de dinámicas rápidas que involucran a la totalidad de las sub-redes las que habilitarán determinadas disposiciones para la acción.

Lo cognitivo no es un flujo continuo, sino que está atravesado por pautas conductuales que aparecen y desaparecen. Se presentan cada vez más evidencias sobre estas resonancias rápidas que unen transitoriamente ensambles de neuronas, pautadas por unidades de tiempo durante un percepto. Logran de tal manera un altísimo rendimiento ya que las redes y los procesos neurales se redefinen constantemente sobre los fondos caóticos de las potencialidades cerebrales.

Replicadores de una nueva evolución, la simbólica, que se desplegará a través de novedosos diseños de redes neurológicas que contarán con también nuevas y exteriores pautas de conexión y orientación en la creciente complejidad de las operaciones tecnológico-rganizacionales. Focalizadas en la supervivencia, a través de una adecuada perfomance adaptativa, requieren articular sistemicamente para la satisfacción de las necesidades básicas: hábitat, lenguaje, unión y especialización conyugal, solidaridad y/o altruismo grupal, disponibilidad tecnológica, modalidades de enseñanza-aprendizaje, narraciones fundantes, emociones y creencias vinculantes.

En ese inmenso viaje se habrían gestado las condiciones para el adviento del milagro antropopoyético fundante: la producción por parte del cerebro de redes externas a él, las nubes de sentido llamadas símbolos, ideas complejas, unidades memorables distintas. Matrices del diseño, el arte y el lenguaje. En los remotos tiempos allí comenzaron a hacer nido y establecer morada los dioses.

Los héroes míticos, los dioses y las operaciones mágicas han sido en la evolución psiconeurológica tan imprescindibles como aminoácidos y proteínas lo fueron para la biológica. Ellos representan la pauta de conexión básica o de mediación con lo desconocido, con aquello oculto, con lo otro oscuro y totalmente abigarrado; con lo desmesuradamente ocupado por las cerrazones de la naturaleza: manglares, selvas, inmensidades del espacio, desiertos y sabanas, mares, océanos, abismos, eclipses y estremecedores fenómenos atmosféricos, en las tierras, las aguas y los cielos, que bramaron y braman.

Desnudos y vaciados de recursos estaban los hombres, gozando de la extraña ganancia evolutiva alcanzada: el lenguaje y la radical adaptabilidad. Algo faltaba para haber podido disponer de ciertos momentos de sosiego y calma. Tal vez, entonces comenzarían a experimentar los dolores de habitar la conciencia y las tensiones de sus demandas.

En silencio y soledad, en las claridades crepusculares o en las penumbras de la aurora, en un mundo atiborrado de seres de todos los órdenes, teniendo que depender para su alimentación de la caza de animales gigantes de la mega fauna prehistórica, es posible que hayan sentido el estar arrojados a lo totalmente ocupado y peligroso, haberse percatado de ser una nada confrontada con todo y con un todo con la desconocida capacidad de actuar contra o sobre ellos.

Los hombres de las comunidades aurorales se hallaban situados ante las extremas tensiones entre lo exteriormente lleno y el vacío interior, la nada y las percepciones nadificantes propias de tal mundana infancia.

Estaban expuestos a lo abigarradamente innonimado, aún, de esa naturaleza caótica, a la que se la empezaba a encuadrar en espacios fértiles de sentido, o se perecía. Tal vez de allí conservemos esta extraña pulsión entre la nada y lo lleno, entre los humildes vacíos y los desbordes del acaparamiento sin pauta, el espanto y los horrores.

Estaba ya instalada entre nosotros la fisura o la falla primordial. El vacío en el hombre arcaico surgiría como producto de la soledad del grupo y de sus miembros frente al universo desconocido y de la diferencia extrema, consecuencia de la escisión del estado de naturaleza, corte o herida ontológica primordial, que instauraba definitivamente la pérdida del estado de inocencia.

Nada a partir de allí sería bestial o animal, salvaje o infrahumano, sería simplemente humano; con sus áreas en penumbra, sus asombros, alegrías y sus aspectos siniestros.

Con los animales seguíamos compartiendo el horizonte, pero a diferencia de ellos fuimos los únicos que pudimos levantar la mirada y nos encontramos inmersos en el Universo. Según cómo se resolviese este tremor y temor entre lo infinito representado por los horizontes y lo inconmensurable puesto de manifiesto por la bóveda celeste, será la manera en que se organizarán las peculiares y específicas narraciones míticas y posteriormente las sistematización del pensamiento religioso.

De tal forma existirán las particulares maneras de velar, cubrir, denegar, comprender, aceptar y/o dar cuenta de la angustia existencial propia de nuestro ser producto de una falla evolutiva.

Sobrevivir le exigió a la conciencia encontrar recursos neurológicos-cognitivos que le permitiesen a los hombres ir resolviendo puntualmente la extrema tensión entre lo vacío y lo caóticamente repleto y ambiguo.

Dio entonces el salto evolutivo crucial al generar el primer concepto etiológico: alguien llegó antes y ya pasó por esto. Por algo son dioses; si los héroes de los que nos sentimos orgullosos y con los cuales podemos identificarnos lograron esta tierra habitar, la posibilidad para nosotros está abierta, en tanto cumplamos con sus prescripciones fundacionales.

Comenzará entonces el variopinto despliegue de héroes míticos, demiurgos, tesmóforos y psicopompos. Los dioses habían llegado para que los hombres lograsen quedarse estableciendo morada, espacios del cubrirse, hablar, orar y celebrar. Fueron el shifter, o embragador de tiempos y gozne articulador, que posibilitaría la continuidad evolutiva entre lo biológico y lo simbólico y cultural.

Por esos caminos evolutivos los hombres lograron establecer sentidos y referencias autovinculantes mediante los nombres que posibilitaron las maneras de relacionarse con las cosas. Tal ensamble por la mediación de los dioses y las operaciones mágicas permitió manejar la angustia arcaica, madre de todos los pánicos y todas las confusiones.

El principio neurobiológico de orientación reforzaría sus capacidades, incluso las inmunológicas de autopreservación, al integrar una meta pauta de conexión entre los seres consigo mismos, con su corporalidad, con sus semejantes y con los dones del pequeño territorio vivido y sentido como el mundo de nuestros antepasados.

Los héroes y los dioses comenzaron, de tal manera, a entretejerse en los sucederes de las cotidianidades aún sin tiempo. Se constituyeron en trama, en textos de inteligibilidad de alta densidad simbólica, expresados en narraciones etiológicas y en cantos míticos a través de los cuales el afuera caótico y multiforme, inmenso de imposible asibilidad, hasta ese momento, pudo ser manejado, comprendido e incorporado mediante las configuraciones del común origen. Los hombres así contenidos y encuadrados en la tarea de ir nombrando y actuando iban creando mundo, iban asiendo el propio al hacerlo.

Al ordenar el caos se generó un cierto y particular orden, era ya posible disponer de los espacios, es decir ir construyendo hábitats. Por ello hoy los pueblos aborígenes andinos pueden expresar en sus masivas manifestaciones de resistencia: “nosotros los originarios exigimos”.

Se organizaron en el interior de la conciencia sistemas de referencia, pautas de interiorización de lo externo, pautas de mediación y de conexión habilitantes de tonos, modos y maneras particulares de un hacer lo comunitariamente necesario.

Ello por su parte posibilitará, a su vez, la diversificación de talantes, los que compartidos y transmitidos perfilarán estrategias narrativas que permitirán una construcción, al tiempo que comprensión, del artefacto humano por antonomasia: el mundo.[27]

Los protagonistas de los mitos etiológicos, o de origen, han sido los héroes y los dioses; ellos, los que llegaron antes y pudieron adaptarse, enseñaron a vivir y a morar. Ellos brindaron certidumbres en las acciones y ellas garantizaron las posesiones, es decir orientaron la circulación de los dones y permitieron determinar cuáles corresponden a nuestro mundo y cuáles no. Operatoria clave para la determinación de la identidad y para el establecimiento de las diferencias, en tanto matriz de comprensión que articula el develamiento de cada realidad mítica y justifica los procedimientos técnicos propios y apropiados.

Sistemas neurobiológicos de lento ensamblaje evolutivo en el recíproco interjuego entre la neuroquímica de los cableados con los mapeos cognitivo-simbólicos y sus transcripciones culturales, que desde el inicio de su imprescindible diseño actuaron como poderosas mallas de contención de angustias e incertidumbres.

Se logró superar tempranamente -mediante el cobijo, el habla y la adaptación neurológica de la conciencia- el temor que mucho después Parménides atribuirá a la agonía de la criatura perdida en las tinieblas.

Hacia fuera se expandía el mundo, y hacia el interior de nuestra corporalidad, se expandía lo único que, a partir de aquel entonces, iba a poder hacerlo hasta nuestros días: la capacidad de los sistemas simbólicos de nuestras conciencias, gracias a las capacidades neurológicas con las que la evolución nos distinguió.[28]



Arturo Emilio Sala


NOTAS
[1] Heidegger, M. ibid. 34.
[2] ibid. p.9.
[3] Vigotszky, L. S. Pensamiento y lenguaje. Buenos Aires: La Pléyade, 1973
[4] Jaspers, K. ibid. Madrid: Gredos, 1967, p. 23.
[5] Schrödinger, E. Mente y Materia. Barcelona: Tusquets, 1984, p.15
[6] Heidegger, M. ¿Qué significa pensar? Buenos Aires: Nova, 1978, p. 234
[7] Monod, J. El azar y la necesidad. Barcelona, Tusquets,1989.
[8] Jacob, F., La souris, la mouche et l’homme. París: Odile Jacob, 1997.
[9] Vincent, J. D. Biología del diablo. Santiago de Chile: Dolmen, 1997, p. 131
[10] La epigénesis se refiere a una sucesión de cambios mediante los cuales el organismo en el proceso ontogenético pasa por distintas fases, unas diferenciadas de otras, en las que aparecen nuevas partes y caracteres que no estaban preformados.
[11] Changeux, J-P., Ricoeur, P. Lo que nos hace pensar. La naturaleza y la regla. Barcelona: Península, 1999, p. 27
[12] Bateson, G. Espíritu y naturaleza. Buenos Aires: Amorrortu, 1990, p.7
[13] En los medios líquidos cuando los fluidos discurren en forma ordenada a tal flujo se lo denomina laminar. Cuando es acompañado por mezclas diversas y sometido a remolinos y a muchos giros superpuestos que se mueven al azar generando diversas energías y modos de disipación se habla de flujo turbulento.
[14] Kant, I., Antropología en sentido práctico. Madrid: Alianza, 1991, p. 280
[15] Hofstadter, D. R. Gödel, Escher, Bach: una eterna trenza dorada. México: Ciencia y desarrollo, CNCT. 1982
[16]En la obra antemencionada el autor comenta que muchas de las paradojas clásicas al estilo de las de Epiménides o la del cretense mentiroso. (“Todos los cretenses son mentirosos” o “Esta aseveración es falsa”) Algunas obras de Escher, como Manos dibujando; el teorema de Godel; la música de Bach, en especial: La ofrenda musical a lo comentado agregaríamos los Köanes del Acantilado Azul de la tradición Zen. De tal orden suelen ser las recursividades que influyen en los procesos de reagrupamiento o cambio de nivel, claves en los procesos evolutivos.
[17] Diamond, J. El tercer chimpancé. Madrid: Espasa - Calpe, 1994.
[18] Mandelbrot, B. B. Montañas y dragones fractales: la intuición en la matemática y en las ciencias. En: Sobre la Imaginación Científica. Edición de Jorge Wagensberg. Barcelona: Tusquets, 1990 Metatemas.
[19] Benjamin, W. Velada con Monsieur Albert. En: Quimera, Barcelona. número 42, 1984, p. 38
[20] Para José Luís L. Aranguren talante es aquello que nos es dado por, naturaleza, se correspondería con el tono vital y constituiría la materia prima de la ética. Sería la fuerza o thymós que poseeríamos y con la cual tendríamos ineludiblemente que forjar en la fragua de los días nuestro carácter. Ver: Ética. Madrid: Alianza, 1993.
[21] Margalef, R. Historia natural del cambio en sistemas organizados. En: Sobre la imaginación científica. Edición de Jorge Wagensberg. Barcelona: Tusquets, 1990, p. 143. Metatemas
[22] Eiseley, L. El eterno viaje. Buenos Aires: Sudamericana, 1964, pp. 111-112.
[23] ibid. p. 50
[24] Aiello, L. C. Dunbar, R. I. M. Neocortex Size, Group Size, and the Evolution of Language. En: Current Anthropology. 1993, 34 (2):193.
[25] Dunbar, R. I. M. Neocortex size and group size in primates: a Test of the Hypothesis. En: Journal of Human Evolution, Londres, 1995, 28: 287-296
[26] El tamaño de los primeros grupos humanos es calculado por los paleoantropólogos a partir del volumen de los grupos de cazadores – recolectores de las sociedades modernas. Se sitúa, de tal manera, alrededor de los 150 individuos. Extrapolando a estos el 15% del tiempo dedicado por los chimpancés a las actividades de acicalamiento de unas cincuenta personas el resultado sería altamente negativo ya que estos tendrían que dedicar un 45% de su tiempo a tales menesteres en desmedro de la necesaria distribución de tareas.
[27] Espacio vivencial, que cual ontológica herida, irá siendo colonizado por lo santo, lo fasto, lo sacro y las diversas manifestaciones del poder: Kratofanías, Hierofanías, Teofanías y tardíamente las que hemos denominado Sociofanías, en especial las estudiadas brillantemente por Elías Canettti, Masa y Poder. Barcelona: Muchinik–Alianza, 1999.
[28] Para profundizar estos aspectos se puede recurrir a las siguientes fuentes: Duch, L. Mito y Cultura. Barcelona: Herder. 1998; Gusdorf, G. Mito y Metafísica. Buenos Aires: Nova, 1960; Leenhardt, M. Do Kamo. Buenos Aires: EUDEBA, 1961; Van der Leew, G. Fenomenología de la Religión. México: FCE. 1964; Zambrano, M. El hombre y lo divino. Madrid: FCE. 1993; Paz, O. El arco y la lira. México: FCE. 1956. Blumenberg, H. Trabajo sobre el mito, Barcelona, 2003 y la obra completa del etnólogo italiano Ernesto de Martino.

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