miércoles, 11 de enero de 2012

Los múltiples lenguajes.

Gregory Bateson
Esta fría noche invernal me trae el recuerdo de ese gran naturalista que fue Goethe cuando recomendaba en magistral fórmula:

Si quieres poner tu planta en lo infinito recorre lo infinito en todas las direcciones.

El viento y las aguas nieves no dejan de fluir, simplemente milenarios. Es en ellos donde encontramos el susurro profundo de múltiples gramáticas.

Lenguajes de rocas y minerales, de vegetales, pólenes, fósiles, sedimentos. Huellas y sombras de la evolución correteando, abriendo surcos ancestrales por los infinitos intersticios de la vida.

Encallado en la tranquila finitud o en la eternidad de cada uno de ellos podemos encontrar, si estamos atentos y abiertos al milagro de la eficacia reproductiva y de las infinitas modalidades de la perfomance adaptativa , el sentido del largo viaje de nuestro mundo.

Se me acerca el viejo Hermes Trimegisto y me sugiere compartir con ustedes su célebre fragmento de la "Tabla de Esmeralda":

Todo lo que está arriba es igual a todo lo que está abajo
Todo lo que está abajo es igual a todo lo que está arriba
Es que todo no hace más que marcarnos la maravillosa
unidad del Todo.

El gran antropólogo Gregory Bateson dirá la "pauta que conecta".

Olvidamos, o no reconocemos, que los lenguajes en los que expresamos nuestros valores, dichas e infortunios nacieron hermanados ancestralmente en los vientres de un espacio líquido, que se consolidaba –por los azares del misterio– en masas vaporosas, aguas, fulgores crómáticos destellados por radiaciones cósmicas y lluvias de estrellas, sideritos, condritos y otras masas minerales que convulsionaban las aguas que todo cubrían.



Se poblaba el abismo, en los agujeros de la nada florecían, despaciosamente y sin pausa, corpúsculos vitales; caldos prebióticos que darían orígen a las proteínas y a los ácidos nucleicos.

Los protobiontes venían danzando por las eternas noches. Un biólogo, Michael Russell en el año 2006 (American Scientist,Vol.,94-Nº1,pp.32-39) logró desenmascararlos, se hacían llamar Urschleim, cuando en realidad serían: carbono70 – hidrógeno129 – oxígeno65 – nitrógeno10 – fósforo (hierro, manganeso, niquel, cobalto, zinc) azufre.

Emergían las moradas primeras de la vida en expansión, la que desde esos momentos ya mostraba su sello indeleble, la calidad de su ser, esa extraña y milagrosa obsesión por mutar, por extenderse a nuevos ámbitos, a establecer nupcias con cuanto espacio se le presentase libre para adaptarse, proseguir o extinguirse.

Costumbres evolutivas que nos fueron entretejiendo en hermandades prolíficas que podemos reconocer en cada gota sudorada por nuestros cuerpos. En ellas se mantiene viva la voz de nuestro ser naturaleza haciéndose humanidad.

El sudor y la sangre conservan la impronta de los mares primordiales, donde tintóreos calamares que emitían densas nubes de tinta luminiscente y masas celulares vivían en una solución de sales, soles y radiaciones, nutricia para la mayoría de las especies que por allí se venían perfilando.

La obligada salida de los ambientes marinos por esa compulsión de la tierra por emerger hacia lo alto, forzó a las células a llevarse el mar consigo, diseñando membranas que permitiesen el vital fluir de las sales. Comenzaba la época de las praderas, alfombra nutritiva para el futuro desarrollo de los mamíferos.

Entre la mar océano y los roquedales se encuentran –transicionales– las lagunas. Ellas fueron los antros de fermentación, los calderos de corrupciones biológicas que hicieron que seres hambrientos de oxígeno desarrollaran branquias que les permitiesen acompañar a la tierra en su expansión territorial. Apertura acelerada de múltiples metamorfosis posibles por venir ya signadas por el desarrollo de un peculiar sistema de aposentamiento y orientación. Fueron las células nerviosas y los circuitos neurales que emplean moléculas específicas y diseñan sistemas de señales utilizados por bacterias y levaduras, gusanos, moscas, caracoles, fox-terriers y antropólogos.

Céfalos con ancestrales y complejas retinas comparables a la de los vertebrados y encéfalos más diferenciados comenzaron a organizar sus correrías por los ambientes que se les iban presentando. Nuevas galaxias al interior de cada ser, constelaciones moleculares semejantes a las que hoy empleamos para elegir y decidir qué vida queremos vivir. Ya nuestro cerebro venía haciendo de cada uno de nosotros un peregrino ancestral de 3.600 millones de años.

Sí, existen tantos lenguajes como formas de manifestarse tenga la naturaleza, o ese pliegue modificante de ella que somos nosotros. Entrenarnos para ser capaces de interpretar las múltiples lecturas, las múltiples escuchas y poder enhebrar las diversas visiones que el mundo ofrece nos permitirá discernir las significaciones valorativas que nos orientarán en los senderos de nuestro cotidiano andar, enriqueciendo nuestra interioridad, es decir, la calidad de nuestro ser.

Escribió Octavio Paz: 

El poeta no es un hombre rico en palabras muertas, sino en voces vivas. 

Los lenguajes literarios, al igual que los múltiples lenguajes de la naturaleza, cumplen con la función de recentrar al hombre consigo mismo, con sus semejantes y con el universo.

Ya es entrada la noche, las lechuzas del bosque de acacias levantan su vuelo, el resto de las aves se acolchona en su plumaje.

Releo el "El azar y la necesidad" de Jacques Monod:

El hombre sabe que está solo en la inmensidad indiferente del Universo, de la que ha surgido por azar. Su deber, como su destino, no está escrito en ningún lugar. Le corresponde a él elegir entre el Reino y las Tinieblas. (Tusquets, Barcelona,1989)


Arturo Emilio Sala

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