lunes, 19 de diciembre de 2011

Con-templando las crisis o los beneficios evolutivos del vivir sosegado.


En: ERGO. Revista de la Asociación De Recursos Humanos de la Argentina (ADRHA). Bs. As., Enero Febrero 2010.




Las personas somos propensas a analizar causa-efecto aunque muchas situaciones significativas son el resultado del efecto cascada de la aleatoriedad.
Don Peppers

La incertidumbre existencial creciente, la angustia ante el desorden, el caos, los sistemas disipativos, las turbulencias y los horizontes borrosos como nueva contextualización de las prácticas laborales, generan en el mundo legiones de fantasmas. Es dable, entonces, que nos preguntemos de qué se trata tal figura. En el Ulysses, Joyce lo definió como “un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.”


Los suicidados en el Japón y en Telecom France, los egresados de las grandes universidades deambulando con su historial bajo el brazo, los ocupados que —preocupados— los ven pasar esperando. Los ataques de pánico, el mobbing, los accidentes cerebro-vasculares, el Rivotril y los abogados especialistas en divorcios, mediadores y terapeutas.

Todos forman parte del mismo cuadro de la incertidumbre. No nos sorprendería asomarnos a la mente de cualquiera para escuchar: “¡No cierra! ¡Más rápido, aceleren! ¡No importa cómo, pero hagan! ¡Más rápido!

El sistema psiconeuroinmunológico por el piso, el estrés y el colesterol en alza sin contemplaciones. El cambio de los tiempos no ahorra metros cuadrados en los Parques del Reposo.

Sin embargo, a la evolución le llevó 4.600 millones de años alcanzar, lenta y azarosamente la complejidad de nuestra existencia; las huellas de una vida humana equivalen a un millonésimo de segundo del tiempo geológico. Sobrevivimos a catástrofes que se llevaron al 95% de las especies cuando cayó un meteorito de 14 km de diámetro en la península de Yucatán hace 75.000.000 de años. Los dinosaurios que sobrevivieron salieron miniaturizados reptando sobre cuatro extremidades, otros aún vuelan a nuestro alrededor, mientras los restantes perviven en los tanques de nuestros coches y en el gas que posibilita satisfacer nuestras pasiones gourmet.

Los organismos perfectos continúan siendo perfectos al igual que los insectos quienes desde hace 250 millones de años siguen iguales, siempre los mismos; de estructura estándar, se perdieron la flecha del tiempo. Los temerosos, por el contrario, por exceso de defensa sucumbieron y siguen sucumbiendo; “los organismos adaptativos complejos”[1] basan su éxito en la performance vital en la capacidad de adaptarse a entornos cambiantes, a corto y largo plazo.

Nosotros, adaptativos, complejos e imperfectos, llegamos a la vida como Reyes y Emperatrices de la vulnerabilidad, eternamente inacabados con una columna vertebral que continúa facturando el logro de la bipedestación con lumbalgias y discopatías que ni siquiera nos permiten la dignidad de convertirnos en referís de la URBA.

Con todo, siendo vulnerables —gracias al lenguaje y a la capacidad simbólica, transformados en campeones de la resiliencia— nos adueñamos del planeta, pero no del mejor modo: biólogos y paleontólogos han determinado, como sabemos, cinco extinciones masivas en la historia de la vida, previendo que la sexta será producida por nuestra propia voracidad.

Joyce tenía razón. Epicteto, el esclavo filósofo, también; hace 1900 años observó: “Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por sus opiniones sobre ellas.”[2]

Nos sentimos hastiados del cansancio proactivo, de la santa impotencia de remar en los cauces secos, mientras vemos morir, o enfermar colegas a nuestro alrededor. Falta un trato que con-temple nuestras necesidades, la de nuestras familias, proveedores y clientes. Sentimos el desvanecimiento de valores fundantes de nuestra identidad, aquellos que dan cobijo a nuestro ser. La “gente” muere en accidentes, y nosotros sólo atinamos a decir “pobre, estaba con la cabeza en otra parte…”.

La aparición del sistema nervioso se produjo en paralelo al desarrollo de la organización multicelular. Las neuronas especializadas en transformar estímulos químicos y/o eléctricos en señales nerviosas surgen de las mismas estructuras embrionarias (ectodermo) que las células cutáneas. El cerebro es un órgano que en los antropoides superiores pesa 700 gramos y en nosotros llega a los 1400, con 100.000.000 de neuronas que establecen 100 billones de sinapsis, a una velocidad de 300 km por hora. Por su parte, el neocortex es la base estructural de las funciones cognitivas, éticas y de toma de decisiones, en asociación con las rutas neurales del sistema límbico. Con una superficie y espesor semejantes a las de un pañuelo de bolsillo, está constituido por 30 millones de neuronas que arquitecturan una red capaz de efectuar un trillón de enlaces.[3]

La razón humana depende de varios sistemas cerebrales que funcionan al unísono. Centros de “alto nivel” y de “bajo nivel” desde las cortezas pre-frontales al hipotálamo y al tallo cerebral, cooperan integrando sensaciones, sentimientos, emociones y valoraciones; lamentablemente, también, generan esquemas que posibilitan que John Milton haya escrito con singular perspicacia que la mente es el único lugar que por sí solo puede transformar el paraíso en un infierno, o el infierno en un paraíso.

Pareciera que la lógica del deseo, propia de nuestro ser deseante, sólo pudiese expresarse con la gramática de la insatisfacción. Sabemos que todo aquello que debe expresarse y no lo hace deviene en síntoma: incidentes no resueltos, accidentes en apariencia accidentales, crisis, pasajes de lo esperado a lo inesperado. En definitiva, el vuelco de la existencia.

El emperador romano y filósofo Marco Aurelio señalaba:
"Ninguna acción debe emprenderse al azar ni de modo divergente a la norma consagrada por el arte. Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, en el momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma; sobre todo aquel que posee en su interior tales bienes, que si se inclina hacia ellos, de inmediato consigue una tranquilidad total. Y denomino tranquilidad única y exclusivamente al buen orden. Concédete, pues, sin pausa, este retiro y recupérate. Sean breves y elementales los principios que, tan pronto los hayas localizado, te bastarán para recluirte en toda tu alma y para enviarte de nuevo, sin enojo, a aquellas cosas de la vida ante las que te retiras. Porque, ¿contra quién te enojas?"[4]

Nos estalla la cabeza, sentimos que nuestro cerebro se destroza, sin embargo nuestra galaxia interior es más grande que el sistema solar conocido, el número de interconexiones es medido en trillones, siendo su totalidad infinita. Hasta hoy la computadora más potente no se aproxima a la complejidad de él, en el que cada neurona establece conexiones con otras 10.000 que le son vecinas.

Estamos inmersos en una crisis que nos abarca y comprende, frente al cambio de costumbres no sabemos qué hacer. Convivimos con una angustia impalpable, al tiempo que ponemos en riesgo nuestro ser. No disponemos libremente de lo que la evolución nos donó. Las capacidades neurocognitivas están saturadas antes bien por lo que tememos más que por lo que realmente enfrentamos. T.S. Eliot escribió: “Rápido, dijo el pájaro, (…) no pueden los humanos soportar demasiada realidad.”[5]

¿Cambiaron los tiempos? Antes que los romanos, Chuang Tzu, estrella del Circulo Taoista (China, circa 369-290 a. C), contaba:
"Había un hombre que se alteraba tanto al ver su propia sombra y se disgustaba tanto con sus propios pasos que tomo la determinación de librarse de ambos. El método que se le ocurrió fue huir de ellos, se levantó y echó a correr. Pero cada vez que bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a su altura sin dificultad alguna. Atribuyó su fracaso al hecho de no correr con la suficiente rapidez, de modo que empezó a correr cada vez más rápido sin detenerse hasta que cayó muerto.
No se dio cuenta de que si simplemente se hubiera puesto a la sombra, la suya se habría desvanecido y si se hubiese sentado y quedado quieto las pisadas habrían desaparecido."[6]

¿Cambio la escala? Evidentemente sí, y los múltiples desórdenes nos envuelven. Estos per saltum históricos se producen cuando nuevos sucesos saturan el tiempo por la acumulación crítica de ideas que cuestionan severamente los saberes preexistentes, ocasionando alteraciones en las representaciones del mundo y en las relaciones interpersonales. De este modo, los acontecimientos novedosos son vividos como caóticos y desordenados, en conjunción con discontinuidades presentes, procesos tecnológicos, económicos y políticos puestos a prueba por catástrofes inimaginadas que irrumpen y cuestionan los modelos establecidos hasta el presente.

Desde la perspectiva evolutiva pareciera que sólo sobrevivirán aquellas organizaciones capaces de adaptarse a estados de máxima turbulencia e incertidumbre, que acepten someter a prueba la validez de las tradiciones, las creencias y los sistemas de comportamiento. Seleccionado sobre un azar contingente nuestro ser, siendo uno organísmicamente consigo mismo, podrá enfrentar los nuevos tiempos con serena lucidez, abiertos al juego de posibilidades inéditas, encuadradas sólo por la aceptación de modelos disipativos que exigen convivir con el desorden.

La evolución del universo y de la vida terrestre respondió a la acción del caos y de los sistemas complejos. Todo aquello que resultó conveniente en cierto momento de la evolución pudo ser eficaz en otro, transformando un sistema adaptado a nuevas funciones o combinando varios para generar otros más complejos. Una de sus funciones no fue, entonces, el “diseño planificado”, sino el bricolaje necesario y sencillo: capacidades nuevas se generaron y se generan modificando levemente moléculas preexistentes y ajustando su interacción con otras.[7]

En tal proceso el cerebro humano logró caracterizarse como un sistema altamente dinámico, por su capacidad de modificar permanentemente su estructura y funciones según los estímulos y necesidades percibidas, es lo que se conoce como neuroplasticidad, la que incluye sistemas estructurales y neuroquímicos; los que dañados o alterados por el estrés crónico pueden, dadas las condiciones adecuadas, recuperar el estado de funcionamiento “natural”.

En los registros de la historia de la humanidad no existen discontinuidades absolutas y taxativas, sino continuidades sustanciales que posibilitan cambios en las que el pasado, re-significado, es la condición de posibilidad de un futuro siempre incierto.

Desde la época de Buda la problemática del ser entre la impermanencia y la interdependencia es resuelta, en primera instancia, por el logro del sosiego fértil. En una época como la actual debemos rescatar los valores invariables y los fundamentos éticos que constituyen valiosos criterios de posibilidad.

La recuperación de la serenidad, la impasibilidad, la atención y la visión perspicua de quienes tienen la responsabilidad de conducir los destinos de las organizaciones posibilitará la revisión de los aspectos del pasado que puedan convertirse en un puente para el establecimiento actualizado de sentidos y orientaciones hacia el porvenir incierto.

Es en este contexto donde se inscriben los procesos contemplativos como recursos adecuados y próximos que contribuyen a la regeneración de las capacidades cerebrales y su acción preventiva sobre las funciones vitales. Recordando que en el conjunto evolutivo de la vida no triunfaron los más fuertes sino los mejores cuidadores y los mejor cuidados.

Marco Aurelio quien meditaba en “épocas de angustia”[8], no dejó nunca de reconocerse uno con la naturaleza, aquella que “es del conjunto” y “de la que eres parte”. Respecto de ésta, aconsejaba: “Contempla de continuo que todo nace por transformación, y habitúate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del conjunto como cambiar las cosas existentes”. Desde las orillas del Danubio donde se encontraba comandando sus fuerzas, pocos años antes de morir apestado junto a sus hombres, nos dejó la siguiente pregunta:
"¿Qué es, entonces, lo que debe impulsar nuestro afán? Tan sólo eso: un pensamiento justo, unas actividades consagradas al bien común, un lenguaje incapaz de engañar, una disposición para abrazar todo lo que acontece, como necesario, como familiar, como fluyente del mismo principio y de la misma fuente."[9]


Como expresó Antonio Damasio: “Es fascinante encontrar la sombra de nuestro pasado evolutivo en el nivel más distintivamente humano.”[10]






Arturo Emilio Sala


NOTAS
[1] Gell-Mann, M. El quark y el jaguar. Aventuras en lo simple y lo complejo. Barcelona, Tusquets-Metatemas, 2007.
[2] Epicteto, Manual Fragmentos, Madrid, Editorial Gredos-Biblioteca Clásica, p. 186, 1995
[3] Se puede consultar: Kandel, E.R; Schwartz, J.H.; Jessell, T.M. Neurociencia y Conducta, Madrid, Prentice Hall, 2008; Damasio, A. En busca de Spinoza: Neurobiología de la emoción y los sentimientos. Madrid, Crítica-Drakontos, 2005.
[4] Marco Aurelio, Meditaciones. Madrid, Gredos – Biblioteca Clásica, pp. 91-92
[5] Eliot, T.S. Cuatro Cuartetos. Madrid, Cátedra, p. 85, 1987.
[6] Merton,T. Por el camino de Chuang Tzu. Madrid, Visor, p. 158, 1978
[7] Puede consultarse: Gould ,S.J. La Estructura de la Teoría de la Evolución. Madrid, Tusquets-Metatemas, 2004.
[8] Dodds, E.R. Paganos y cristianos en una época de angustia. Algunos aspectos de la experiencia religiosa desde Marco Aurelio a Constantino. Madrid, Cristiandad, 1975.
[9] Op cit, p. 102.
[10] Damasio, A. El error de Descartes. Barcelona, Crítica-Drakontos, p.ii.

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