Estoy sentado en un muelle sobre el río Capitán, cercano al Paraná, cae fría la tarde. En la bruma salta un hermoso bagre amarillo. Mi imaginación comienza a divagar por las múltiples tonalidades de tal color que aún perduran entre el follaje. Las ideas en sus bucles sin tiempo me conducen del bagre al Emperador Amarillo de la lejana China, hace más de cinco mil años.
El legendario monarca en uno de sus tratados dejó escrito que para llegar a ser estratega primero había que ser poeta. Es decir, capaz de dar cuenta de manera breve y bella de lo singular de una situación.
Luego, sabio. Simplemente, ver la totalidad de las circunstancias y reconocer en ella la energía que brota del interjuego de los opuestos, danza en la que es dable reconocer la propensión natural de las cosas y de los seres.
Observación que permite obtener con eficacia, es decir con el menor esfuerzo posible, lo deseado. Aquello que en el momento oportuno ofrece la realidad misma.
Recién después de tal recorrido, en el cual no se descuidaba el entrenamiento en las vías de la contemplación, de las armas y se aplicaba al estudio de las Artes de la Guerra, se llegaba, naturalmente, a ser estratega.
Sabía que no estaba solo en el muelle, me acompañaba la lejana y querida presencia del amigo Alberto Sucasas, profesor de la Universidad de la Coruña quien me había hecho conocer a François Jullien , mientras gozábamos de su hospitalidad en la casa que posee en el bosque de Valdovinos.
Allí traducía del francés con la exquisitez que lo caracteriza "La propensión de las cosas. Para una historia de la eficacia en China" (Barcelona, Anthopos, 2000).
Leamos al autor y al traductor:
"Es propio del buen estratega calcular por adelantado, y con exactitud, todos los factores implicados con vistas a hacer evolucionar constantemente la situación de tal forma que aquéllos le resulten lo más favorable que sea posible: la victoria ya no es, entonces, más que la consecuencia necesaria -y el desenlace previsible- del desequilibrio, que juega en su favor, al que ha sabido llevarlos".
Jullien filósofo especializado en estudios de Extremo Oriente y profesor de la Universidad de París 7 señala que:
"Todo el arte del estratega consiste, por tanto, en llevar hacía allí las cosas antes de que el verdadero enfrentamiento tenga lugar: percibiendo con la suficiente antelación -en su estado inicial- todos los indicios de la situación, de forma tal que pueda influir sobre ella incluso antes de que haya tomado forma y se haya actualizado. [...] tan sólo se trata de actuar de manera que la propia victoria sea absolutamente segura por estar predeterminada. [...] se trata, sencillamente, de hacer actuar en su propio sentido, y por su cuenta, al efecto operante, y apremiante, que caracteriza cualquier situación dada."
Para los chinos, señala Jullien, la eficacia es el arte de gobernar lo circunstancial en función del beneficio. La atención prestada a la propensión es una manifestación, de ella derivada, de la disponibilidad, de ser uno fluyendo con la situación.
El autor, Presidente del Collège International de Philosophie, destaca la riqueza del simbolismo del dragón en China ya que en él centran la reflexión sobre la manera en que conciben la propensión natural de la realidad y las artes de la conducción.
Escribe sobre el mítico animal :
"El cuerpo del dragón concentra la energía en su combadura, se enrosca para avanzar mejor: imagen de todo el potencial conferido a la forma que no deja de actualizarse. Unas veces se retira al fondo de las aguas, otras se precipita a la cúspide del cielo; y su marcha no es sino una ondulación continua: imagen de un impulso que siempre se renueva, de un polo a otro mediante la oscilación. Ser siempre en evolución, sin forma fija; al que no cabe inmovilizar ni aislar, y que escapa al dominio: es la imagen de un dinamismo que nunca se reifica y precisamente por ello se vuelve insondable. Finalmente, confundiéndose con las nubes y la bruma el dragón hace que bajo su impulso vibre todo el entorno: ofrece la imagen de una energía que difundiéndose, intensifica el espacio y se enriquece con esa aura."
La noche me sorprendió navegando entre el río Amarillo y el bosque de Valdovinos. Regresé a la casa a encender el fuego del hogar pensando qué oportuno sería, en los borrascosos y poco previsibles tiempos que nos toca vivir, contar con dragones entre los integrantes de los Consejos de Dirección.
Arturo Emilio Sala
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