martes, 20 de diciembre de 2011

Experimentar la interioridad: artes constitutivas del método.




Dos tercios de tu vida
han pasado
sin pulir siquiera
una mancha
de tu sagrada fuente original.

Devoras tu vida.
Tus días están ocupados,
en esto o en aquello.
Si no reaccionas
A mi grito
¡Qué puedo hacer yo?


Xuédou Zhongxían -China, siglo XIII




Si la dicha es posible tal vez lo sea por las artes y maneras de vivir simplemente la totalidad de cada instante, con la mayor claridad y comprensión posible. Para los monjes extremo-orientales, los artistas y estrategas las claves se encuentran en las siguientes prácticas.


SILENCIO


Silencioso

como el dragón sobre el mar
como el tigre sobre las arenas
como el humo sobre las tenues llamas
camino cortando las turbaciones,
sin que ningún viento me agite.

En el mundo de las palabras
todo está formado por palabras.
Si te pierdes…
No te quejes.


"Hacen falta tres años para aprender a hablar, setenta para aprender a callar."[1]

La práctica del silencio ha sido y es el modo privilegiado y directo, tanto para las tradiciones Orientales como para las Occidentales, para saborear la vida, es decir acceder a la sabiduría.


La belleza de la espiritualidad radica en el poder del silencio interior que une la naturaleza y la vida desde adentro, haciendo de éste un gran afuera y de aquél un gran adentro.

Tenemos que considerar la palabra antes de ser pronunciada, ese fondo de silencio que siempre la rodea y sin el que no diría nada.[2]

Enriquecer los contenidos de la conversación exige rescatar la palabra, es decir recuperar el silencio que siempre la rodea y sin el que no diría nada; debemos desvelar los hilos de silencio que se entrelazan con ella.[3]

El silencio brinda la oportunidad de hacerse íntimo con uno mismo, es el único camino a la interioridad; el sosiego interior es el único camino a la exterioridad.

Acallar las voces del exterior, silenciar los parloteos interiores, “atar los monos” de las disquisiciones mudas establece efectivamente el espacio de mi ser, los horizontes de expansión de mi conciencia y la real posibilidad de poner en libertad al pensamiento creativo.

Desde el silencio se escucha el susurro de la posibilidad, de la oportunidad, del espacio de la decisión certera, del gesto justo, del momento oportuno.

“Os exhorto a que tengáis los oídos de vuestro corazón atentos a esta voz interior; y a que os esforcéis a escuchar a Dios dentro de vosotros mismos, pues esta voz resuena en los lugares más desérticos, y penetra en los pliegues más íntimos del corazón. Esta voz se insinúa y no deja nunca de llamar a la puerta de cada uno de nosotros”.[4]


El silencio es el cuenco en el que se recupera lo que vale de una experiencia.

Escuchar al otro implica no pensar en que le voy a responder, sólo el vacío interior posibilita una interlocución plena.

“Hay experiencias humanas que se sitúan más allá del lenguaje, o, mejor, que su lenguaje es el silencio”.[5]

El verdadero silencio se origina en el fondo de la conciencia. Allí somos esa paz, esa armonía y plenitud que anhelábamos. La mente se queda en equilibrio en su presencia. Nuestros intentos de serenar la mente son infructuosos, porque parten de esa misma condición mental conflictiva. En todo caso mantenemos una posición personal desarraigada de lo real, y esa posición está basada en algo falso: el error de pensar que somos algo separado de la conciencia total.[6]

Hacer hablar al silencio con el silencio, hacer callar, una vez que puede oírse, al silencio con el insondable silencio en el que se ocultan todas las preguntas.(…) Ir al silencio, es medirse con lo desconocido, lo incognoscible. No para aprender lo que se desconoce, sino, por el contrario, para desprender a fin de no ser más que escucha del infinito donde zozobramos; escucha del naufragio. La vida, la muerte están en nosotros. Vivir, morir, es ser, simultáneamente, vida y muerte de un mismo despertar.[7]

Hay que saber que la oposición más eficaz a la locura de este mundo nos la proporciona el susurro. Hablar lo más bajo posible, Hablar para ese posible.[8]

En el balbuceo de cualquier niño se cifra la posibilidad de todas las variaciones posibles del habla. Por ello la mística prefiere el balbuceo al parloteo, pues en todo balbucear hay un decir anonadado, dice algo de alguien en algún tiempo o en algún lugar, así sea en la eternidad o en el silencio de la nada.

Es lo que Gadamer llamará la sabiduría del balbucir y enmudecer. Al respecto ha dicho que “Hablar es buscar la palabra. Encontrarla es siempre una limitación. El que de verdad quiere hablar a alguien lo hace buscando la palabra, porque cree en la infinitud de aquello que no consigue decir y que, precisamente porque no se consigue empieza a resonar en el otro”.[9]

Ortega y Gasset sostenía que los místicos solían ser los más formidables técnicos de las palabras y de los decires, y agregaba que resultaba paradójico que los clásicos del idioma hayan sido contemplativos, especialistas en el silencio.[10]

En clave poética Lawrence Durrel lo expresara en su Justine: “¿Acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?”.

Resonará el inefable silencio en el espacio interior de Wittgenstein y brotará su Tractatus Lógico–Philosophicus en 1920. En la proposición 6.3.2.2 escribe: “Lo inexpresable, ciertamente existe. Se muestra en lo místico.” Finaliza la obra con la proposición 7: “De lo que no se puede hablar hay que callar”.[11]


En sus Investigaciones Filosóficas[12] en el parágrafo 122 nos dice qué gramática usar en aquello de lo que, tal vez, se pueda hablar: “Una fuente principal de nuestra falta de comprensión es que no vemos perspicuamente el uso de nuestras palabras. A nuestra gramática le falta visión perspicua. La representación perspicua produce la comprensión que consiste en ver conexiones”.

La diferencia entre decir y mostrar era, para él, radical. Tanto como para el budismo Zen es el siguiente enunciado: “El dedo señala a la luna”; es decir, la muestra, pero no nos dice nada acerca de ella; sin embargo, muchos confunden el dedo con el satélite de la Tierra.

En latín perspicuus remite a estados iluminados, hace referencia a lo claro; el despertar a la atención, a la transparencia, a lo terso de una comprensión profunda.

Para Wittgenstein, el silencio siempre actúa como el indicador del encuentro con algo profundo, lo cual obligaría a cesar la cháchara para disponer la escucha a otro tipo de voces que, al no ser audibles, nos obligan a estar atentos a aquello que solamente nos es mostrado. Por eso el silencio es siempre preferible al habla carente de sentido.

La práctica del Zen fuerza al discípulo a sumergirse en sus abismos interiores para que pueda emerger de allí con una profundización del silencio, con nuevas formas del actuar callado o con una palabra o pensamiento pleno y, por lo tanto, llano y potente, mediante el cual intentará desarrollar acciones radicalmente libres, ligeras y abiertas en cualquier situación en la que se encuentre.

Karlfried Graf Dürckheim, el Maestro de la Selva Negra en su obra sobre el Japón y la cultura de la quietud la relaciona con el arte del silencio. Nos señala:


"Nuestro presente actual es, al parecer, totalmente adverso a una cultura de la quietud. Y, no obstante nunca los hombres han estado tan ansiosos de quietud como hoy, ni tan dispuestos a dedicarle un hueco en sus vidas, si supieran encontrarlo.
¿No le faltará al hombre actual, la disposición, la capacidad o la valentía necesarias para la verdadera quietud?

¿No le tendrá miedo, como si no fuera otra cosa que un espantoso vacío que provoca pánico?
El hombre busca el ruido exterior cuando su plenitud interior queda apagada.
EL hombre, entonces, huye de sí mismo.
La quietud verdadera es más que la sola falta reconfortante de ruidos.
Es el prerrequisito para una vida feliz.
Está más lejos el que mira para afuera que el que busca el camino interior.
En Oriente, más que el Occidente, las personas conocen y buscan allí la quietud como forma existencial de la verdadera vida, como expresión de su orden armónico, como medida del sentido y valor de las cosas y como señal de su perfección.
El Oriente la considera como algo esencial que debe reconocerse, desarrollarse, experimentarse y conservarse."




"El alma posee toda la ciencia del silencio."[13]




SERENIDAD

Agua mansa, nítida.
Sosegado el sentimiento,
traslúcido es el percibir. 

Se cuenta en Kojiki, las antiguas crónicas sobre la creación del Japón, que los dioses representaban las pasiones, virtudes o comportamientos que serían , también, propias de los mortales.

Cada uno de ellos sostenía con divina vehemencia ser más ejemplar que los demás para servir de ejemplo singular a los mortales.

Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, que amenazaban con la pérdida de la serenidad que, se suponía, era la mayor y más eficaz virtud de los celestes habitantes, decidieron someter la cuestión a aquel que poseía el arte de discernir imparcialmente a las almas de los que abandonaban su condición de mortales para acceder a una vida superior.

La mayor parte de los competidores pasó a demostrar sus talentos basándose en la fuerza y el poder sobre los elementos. En un determinado momento en que el Silencio había cubierto con su sabio manto las celestiales pruebas se escucho emerger de él a una suave voz que señaló:

–El poder que se necesita no es aquel que se emplea para amenazar, castigar, aterrar con la furia de los mares o el fuego de los volcanes, poder estéril incapaz de crear y siempre dispuesto a la destrucción –absortos todos, incluso el supremo mediador quien no atinó a responder, le cedieron el silencio para que lo continúe poblando de palabras–. El verdadero poder, es en realidad –prosiguió– el arte de todas las artes, aquella capaz de someter a los mortales bajo el hechizo de la bondadosa ley.

Se mantenía el silencio en la celeste morada aprovechado por la Dicente, quien tomó una flauta y comenzó a ejecutar una melodiosa y sugestiva música, la que poco a poco comenzó a expandirse y envolver a todos los que la escuchaban en un extasiado sentir.

Finalizada la función, el silencio parecía cobijar a todos los participantes en un cierto estado de gracia.

En realidad, había uno que no se había dejado conmover por ninguna de las potentes habilidades puestas en juego. Ni por los poderosos rayos, borrascas o rugidos del volcán, ni por la seductora melodía.

El Supremo Mediador lo increpa:

–¿Qué pasa contigo, eres víctima de la sordera o del enceguecimiento de tus sentidos, propiedad hasta ahora de los mortales?

–Escucho y veo, siento y percibo con todo mi ser –respondió el aludido con una notable placidez, sin la menor vacilación y demostrando no haberse dejado siquiera estremecer por los poderes desatados, ni haber sido seducido por el encanto emocional de la flautista–.

–¿Cómo es posible tu extraño comportamiento? –le preguntó al borde de la cólera el supremo discernidor–.

–Es evidente que hace tiempo no nos vemos, ¿es qué no me reconoces?, ¿te has olvidado quién soy?, ¿es que todos han perdido la memoria y ya no saben para qué existo? –preguntó a su vez–. Soy la Serenidad –les dice, mirando a cada uno al fondo de sus ojos inescrutables–. Yo soy la que disciplina las emociones sin dejarme someter ni por las impresiones, ni por las sospechas. Menos aún me atrae el poder irrisorio que ustedes emplean y se vuelve en su contra, incapaces de disciplinar interiormente nada de lo que en los cielos o en la tierra pueda acaecer.

Se alojó en el silencio y su voz dejó de escucharse.

El Supremo Mediador, quien mejor preparado estaba en los cielos para discernir temas complejos, dijo entonces:

–Ya que me habéis pedido que decida quién está llamado a servir de ejemplo a los mortales para que vivan una buena vida, en felicidad y eficacia frente a los desafíos y responsabilidades, debo decirles que ese lugar le corresponde a la Serenidad. Es ella quien sabe silenciar y diluir sus pasiones, sin juguetear con vanas demostraciones de poder ni dejarse atrapar por las provocaciones, sutiles o violentas. Quien resiste, también, sin inmutarse, ante las sugestiones que pueden conducir a lo indigno o irreparable.

Y agregó como conclusión de su dictamen:

–Debo destacar que todo ello lo hace sin dejar de sentir, de emocionarse y comprometerse. Lo que le es propio no es indiferencia ni pasividad. Ella es la poseedora de las claves de la acción más poderosa, genuina y transformadora. Ella debe servir de ejemplo para todos  –concluyó– , no sólo para los mortales.

A partir de entonces, los hombres supieron que la Serenidad, inseparablemente asociada con el silencio y la contemplación, era la que les permitía discernir, en las alegrías y en los cataclismos, la acción incorrecta y desatenta de aquella otra atenta y centrada. Es ella misma quien desde aquellos tiempos permite reconocer los errores y aciertos de los comportamientos humanos, y nos permite superar las trampas de la ignorancia permaneciendo en el Camino.[14]

Sin el concurso de la serenidad es muy difícil acallar los clamores de la vanidad, oponer un dique a las tentaciones de la temeridad y poseer la voluntad de resistir, única capaz de hacer frente a la caótica invasión de los entusiasmos intempestivos.[15]

Solamente en el momento en que el alma, tonificada por la costumbre de la disciplina, esté familiarizada con el poder de la serenidad, le será dado poseer las cualidades fundamentales, de las cuales, después de la reserva, es primero el conocimiento, también designado con el nombre de discernimiento.[16]

Para obtener la lucidez y la perspicacia, sin las cuales no puede ser realizada ninguna obra duradera, es absolutamente inevitable la intervención de la serenidad y su resultado emocional la impasibilidad, la potencia de la presencia plena del ser centrado en sí mismo.

Es ella la que le confiere a sus practicantes el don del que se habla en el Zietu-go Kyu, cuando dice:
Ni un dios puede transformar en derrota la victoria del hombre sobre sí mismo.[17]




RECEPTIVIDAD


Que dichoso el pulido cristal
del agua clara.
Si algo llega, lo refleja.
Si algo cae, se expande.
Bebe el pájaro y sigue su vuelo.
Serena, siempre ella,
el agua, clara. 


En la época de las grandes guerras entre los Shogunes del Norte con los del Sur, vivían en una remota aldea un humilde padre viudo con un bello y muy querido hijo adolescente. Uno de sus más queridos bienes era una hermosa yegua blanca. Un día, al amanecer, se encontraron que había huido. Desolado el joven rompió en llanto y contenedor su padre le dijo:

–Por algo será, querido.

Pasaron los días y una tarde cuando desmalezaban la huerta son sorprendidos por la amada yegua que los observaba. Era notoria su preñez. Ante la alegría del hijo el padre, tomándolo de los hombros le dice:

–Por algo será.

Pasan los meses y pare un bello potrillo azabache, verlos a ambos retozar era la alegría de todo el pueblo. Llegado el momento indicado para la doma, se realizan todos los preparativos, y es montado por el joven. En un momento un violento corcoveo lo arroja de la montura y al caer se lastima malamente la pierna. No pudiendo salir de su dolor le expresa al padre que quedará rengo para toda la vida, que será una carga y nadie lo amará por su discapacidad. El padre lo abraza y por único consuelo le dice:

–Por algo será, acepta y tranquilízate.

El hijo se resiste a aceptar el consejo y se hunde en una triste melancolía, hasta que una tarde entran al galope los samuráis de uno de los shogunes en guerra para realizar una leva de todos los jóvenes del pueblito. Llegado su turno es desechado como guerrero por ser un rengo inútil.

Sintiendo un nuevo golpe sobre sus juveniles espaldas vuelve al hogar donde el padre, alegre, le dice:

–Has visto, por algo será.

Al ser el único joven de la comarca todos comenzaron a requerirle su ayuda y por su belleza y disponibilidad todas las muchachas lo deseaban como esposo.

–Por algo será. Lo minusválido se transformó en plenitud y felicidad.

Así nos lo transmite la antigua leyenda. 

Shitao, un venerable pintor chino que vivió entre fines del siglo XVII y comienzos del XVIII nos dejó el Libro del justo medio sobre la receptividad, a la que consideraba como la capacidad fundamental para aprehender lo medular de las cosas. Allí escribió: 
"En lo que se refiere a la receptividad y al conocimiento, la primera precede al segundo. Desde la antigüedad hasta nuestros días, las mentes sabias siempre han empleado sus conocimientos para expresar sus percepciones, y se han esforzado por la intelección de sus percepciones para desarrollar sus conocimientos. Cuando una aptitud tan sólo puede aplicarse a un problema particular es porque aún sólo se fundamenta en una receptividad restringida y en un conocimiento limitado".

En otro momento de su tratado destaca: 
"La sucesión de las edades se hace sin desórdenes, y el pincel y la tinta subsisten en su permanencia porque están íntimamente penetrados de la obra. Ésta se fundamenta, en verdad, en el principio de la disciplina y de la vida: mediante lo uno, dominar la multiplicidad; a partir de la multiplicidad, dominar lo uno."[18]

François Cheng en su obra “Cinco meditaciones sobre la belleza”[19] escribió:
"Me presento más bien como un fenomenólogo un poco ingenuo, que observa e interroga no sólo los datos ya conocidos y acotados por la razón ,sino lo que está oculto e implicado, lo que surge de manera imprevista como don y como promesa. 
No ignoro que, en el orden de la materia, se puede y se debe establecer teoremas; en cambio sé que, en el orden de la vida, conviene aprender a captar los fenómenos que advienen, singulares cada vez, cuando éstos resultan ir en el sentido de la Vía, es decir de la vida abierta. Aparte de mis reflexiones, el trabajo que debo llevar a cabo consiste más bien en ahondar en mí la capacidad para la receptividad. Sólo una postura de acogimiento –ser el “barranco del mundo”, según Laozi– y no de conquista nos permitirá, estoy convencido, recoger de la vida abierta la parte de lo verdadero."



DISCERNIMIENTO

Pensando demasiado
sintiendo poco
desconociendo tu cuerpo.
¿La vida de quién estás viviendo?


La vida es mía si me apropio de ella, si la libero de los condicionamientos a los que ha estado sometida desde aún antes de mi nacimiento por el sistema de creencias del grupo, familia o cultura en el que me ha sucedido nacer.

Tal camino de apropiación no tiene otro sentido que el de descubrir la realidad más allá de las apariencias, o lo que es lo mismo, vivenciar la plenitud humana.

La tarea se centra en preparar la actitud adecuada para que la mente se encuentre en las condiciones óptimas para poder discernir. Y la situación más favorable es aquella en la que está vacía de ideas previas, de prejuicios y creencias de todas clases. Entonces, y no antes, sabremos que ahí está el discernimiento.

Discernimiento es sólo ver que lo que es, es y lo que no es, no es. Lo que está es lo que está y lo que no está, no está. Que lo que se presenta no es lo que queremos que sea, es lo que es.

Y en esto radica la capacidad liberadora del discernimiento.

Es la consecuencia necesaria de la tranquilidad de los sentidos y la serenidad de los pensamientos. Tal estado nos permite elegir desde nuestro centro, a partir del que, gracias a la ampliación de nuestro campo de conciencia, podemos sustraemos de los dualismos y la decisión valuativa en la que se radicará la opción emerge desde la totalidad de nuestro ser integrado.

En la acción humana nos encontramos con:

Decisiones propias del voluntarismo irreflexivo, aquellas por las que escogemos un camino más bien que otro; ellas son precedidas por historias, fantasías, prejuicios, idealizaciones, condicionamientos al fin en los que anidan la ignorancia, la soberbia, la codicia o la vanidad, que pliegan la decisión hacia un lado u otro.

Decisiones propias del discernimiento, aquellas que, sosegadas, lograron despejar el campo de los atractivos, los señuelos, las ambigüedades. Las que propias de la serenidad y la humildad valoran con claridad y pertinencia la opción.

El discernimiento nos permite no apegarnos, ya que este es el que distorsiona la dirección del fluir y poder disfrutar del gozar de la vida y de sus frutos. Buda decía: “Aliméntense del gozo”. Es decir libérense del miedo y tengan en cuenta que el gozo es inseparable de la libertad.

El siguiente cuento derviche nos dará que hablar.

Suposiciones
–¿Qué significa destino, Mulá?

–Suposiciones.

–¿En que sentido?

–Tu supones que las cosas irán bien, y si no sucede así a eso lo llamas mala suerte. Supones que las cosas irán mal, y si no sucede así a eso lo llamas buena suerte. Supones que ciertas cosas habrán de suceder o no, y careces de intuición hasta tal punto que no sabes lo que ha de suceder. Supones que el futuro es desconocido. Cuando eres sorprendido, a eso lo llamas destino.[20]

Libertad de la ignorancia, matriz de todos los condicionamientos y sufrimientos.

El discernimiento es el instrumento para cortar con las redes o trampas que lo conflictos portan, liberar el conflicto es liberarnos de los apegos y del temor a los rechazos. Es discernir la oportunidad de conducir el conflicto hacia donde podamos aprovechar su energía.



ASERTIVIDAD

Unifica en las entrañas
lo disperso.
Serán certeras tus decisiones.
Certero
único y definitivo
es el corte
que discrimina sin vacilación.

Para someter a discusión que entendemos por asertividad les vamos a contar un cuento chino:

En la montaña que rodeaba una aldea vivía un monstruo feroz y gigantesco. Devoraba a todos los que sorprendía por los flancos pedemontanos.

Nadie podía vivir en paz. Un joven samurai enterado por los comentarios que se hacían en la comarca de la triste situación de los aldeanos decidió liberarlos. Llegado al pueblo todos intentaron disuadirlo. Nadie que hubiese subido hasta su guarida, con tan loables propósitos, había regresado; él los tranquilizó. Sin embargo los pobladores le dieron siete armas diferentes para su defensa y el valiente las aceptó por cortesía.

Llegado a las proximidades donde moraba el monstruo las arrojó a su lado. Una vez frente a él se quedó inmóvil sin quitarle los ojos de encima. Su mirada era serena, no experimentaba ningún temor. El prepotente personaje, intranquilo por la disponibilidad del extraño oponente, le preguntó:

-¿Me puedes explicar cómo en mi mismísima presencia no tiemblas de espanto?

- No tengo por qué sentirlo -le respondió con voz calma-. Tanto tú como yo formamos parte del mismo valle y de la misma montaña -continuó.

-¿Qué es lo que pretendes? ¿Creerás, por ventura que me confundirás con tus tretas de monjecito? Mira que yo a todos ustedes los tengo bien comidos, y por ello, mejor conocidos ­– y sin salir de su irascible sorpresa, le dijo-. Prepárate que ya me has cansado con tus tontas bravuconadas.

El samurai sin perder la calma le respondió:

-Monstruo, te lo digo con toda humildad, no pretendo faltarte el respeto ni considero tonterías aquello en lo que yo creo. Fíjate bien -prosiguió-, si te decides a comerme es como si te estuvieses comiendo a ti mismo. Yo existo en ti y tú en mí. Los dos nos complementamos y nos necesitamos. Tú, los aldeanos, los ríos del valle y las vertientes de la montaña riegan las mismas verduras que todos comemos. ¿Cómo es posible que no te des cuenta que todos somos uno, que todos poseemos una misma naturaleza?

El monstruo, cansado por la perorata, se disponía a acercarse para de un zarpazo llevar al intrépido a su boca, cuando éste le dijo:

- Mira, monstruo obcecado, si quieres comerme, cómete. ¡Vamos, no vaciles! Si tienes hambre de mí, te lo ruego, cómete y mastica despacio, para no indigestarte.

El temible habitante de la sombría montaña estaba completamente aturdido por la serenidad y precisión del joven y luego de mirar a su alrededor le gritó:

- Hasta hoy no me encontré con nadie que no me tuviese miedo, o que lleno de odio no me quisiese matar. ¡Tú me complicas la vida con tus certidumbres! Me sacaste el hambre, tengo el estómago revuelto y ya no se qué pensar. En este valle ya han logrado hartarme. ¡No los soporto más! ¡Me voy! A partir de entonces, en la aldea vivieron felices, tuvieron buenas cosechas y el asertivo samurai se casó con la más bella de la aldea.

Otro cuento del Mulá:

El ladrón.

Un ladrón entró en el hogar de Nasrudín y se llevó casi todas las pertenencias del Mulá a su propia casa. Nasrudín había estado observando todo desde la calle. Después de unos minutos tomó una manta y lo siguió. Una vez que llegó a la casa del ratero, entró, se acostó y fingió dormir

–¿Quién es usted y qué hace aquí? –le preguntó el ladrón–.

–Pues bien –dijo el Mula–, nos estábamos mudando de casa, ¿no es así?.[21]




CONTEMPLACIÓN

Se estremecen los guijarros,
medito
en lo alto de la montaña.


"Aquel que pueda hacer de sí mismo un Vacío en el que los demás puedan entrar libremente, se convertirá en el maestro de todas las situaciones."[22]

Santo Tomás en la Summa Theologica le atribuye a Adam la capacidad de la contemplación mística, que para la espiritualidad cristiana será el camino mediante el cual el hombre pecador, aquel que ha perdido su centro y que consciente de ello, por el dolor, la fatiga en el obrar y el padecer las adversidades, construye su mundo como el desterrado de su casa.

El camino de la contemplación no se hace con los pies sino que se construye con el corazón, mediante el afecto como nos indica San Agustín, quien inspirado en los padres el desierto insistirá en la puritas cordis, aquella que permitirá que todos en el mundo cristiano se tornen paraíso si el alma es capaz de recuperar la inocencia perdida y los ojos de los hombres recuperan la acariciadora pureza de la mirada.

Entre nosotros quien mejor ha descrito el pensamiento adánico vivió en la ciudad de Buenos Aires, en la calle Las Heras 4015, frente al Jardín Botánico, desde donde hoy se eleva su voz para preguntarnos:

"¿Qué tengo ante mí, pues? El Fenómeno, el Ser en su plena realidad, es decir el color, el sonido, el contacto, el frío, el fenómeno, ocurriendo en el ser, es decir ni en mí ni exteriormente a mí. Fuera de esto nada existe y, a lo sumo, puede decirse que la Realidad no se presenta así como una sucesión o pululación de fenómenos sino como un estado general continuo y en modificación continua, porque, en efecto, cuando en un momento de contemplación concedemos igual atención a lo “interno” y a lo “externo”, esto parece presentarse como un todo en permanencia y en modificaciones parciales que serían los fenómenos, y también lo interno parece ser una permanencia o continuidad, que sería la cenestesia sobre la cual se dibujan estados parciales, modificaciones, fenómenos."[23]

Concluirá Macedonio Fernández recordándonos lo indeciblemente fatigante del esfuerzo por contemplar los fenómenos con perfecta inteligibilidad. Es decir libres de toda forma y ubicación. Son indudables en estas reflexiones, como en tantas otras de sus obras las resonancias sanjuanistas, molinosistas y del Sutra de la Suprema Sabiduría, pilar fundamental de la filosofía budista desde Nagarjuna a la Escuela de Kyoto.[24]

Por algo el muy versado y perspicaz discípulo de Macedonio pudo decir de él: “Era como si Adán, el primer hombre, pensara y resolviera en el Paraíso los problemas fundamentales.”[25]

"Si alguien pregunta qué es el verdadero Zen, no hace falta que abráis la boca para explicarle. Mostrad todos los aspectos de vuestra postura. Entonces el viento de primavera soplará y hará que se abra la maravillosa flor del ciruelo."[26]

Dicen los maestros que la postura elimina la impostura.

La práctica de la contemplación, tal como la enseñado Buda y la transmite la Escuela Soto Zen del budismo japonés, consiste simplemente en sentarse en zazen-shikantaza. Simplemente sentarse –sin-hacer-nada– hace que adquiramos una gran energía. Simplemente con todo el cuerpo y toda la mente sólo concentrados en la postura, simplemente sentados.

Zen-cillamente saboreando el silencio en quietud. Mushotoko, sin esperar nada, sin objeto, sencillamente zazen.

Sumergirse en la experiencia es zazen shikantaza. No hacer nada, no pensar en nada, vaciar el cuenco y arrojarse al fértil vacío del ser. Puerta de acceso a la paz con uno mismo y con el Universo.

Zazen, sentarse sin moverse, afirmado como una montaña entre el cielo y la tierra.

Cada detalle de la postura tiene un profundo significado, y una directa acción neurofisiológica. Durante zazen la respiración juega un papel central, ella es serena y profunda, imperceptible e inaudible como el aletear del colibrí.

Durante zazen los ritmos respiratorios y cardíacos se reducen; la sangre y todos los órganos internos se favorecen con una mayor oxigenación.

La práctica permite que en la vida cotidiana se pueda mantener esta forma de inhalar y exhalar incorporada de manera natural, ello influye en las operaciones de las redes cerebrales y de las fundones cardiovasculares; al tiempo que permite mantener de manera estable un estado de serenidad, atención y lucidez.

Tal como la respiración adecuada actualiza, junto con la postura, los componentes del estado Shibumi la práctica de zazen también posibilita que los pensamientos, las imágenes, las formaciones mentales surgidas del inconsciente pasen y al no ser detenidos continúen su pasar, como las nubes de la tormenta que al ir pasando van despejando los celestes cielos.

Es por ello que a los monjes se los llama unsui, nubes que pasan fertilizando con las aguas de su práctica el sendero de los vientos.

Los pensamientos, de tal manera, van liberando a la conciencia de su peso y condicionamientos. Aparece de tal manera la llamada conciencia hishiryo, la conciencia más allá de las limitaciones de la conciencia, el ser pleno más allá de los sistemas de pensamiento.

Es decir una conciencia ampliada

El proceso que hemos detallado permite recuperar la energía de la percepción pura, lo cual posibilita acceder al sexto sentido, como llaman los maestros orientales a la conciencia expandida.

Es decir la que gracias a la actualización de todos los sentidos emerge liberada, los totaliza y posibilita la atención flotante, la visión perspicua y la completa disponibilidad para la acción estratégica desde el vacío, la que posibilita combatir en la niebla o gozar en las borrascas.

Como todos sabemos no se puede probar el sabor de una deliciosa comida leyendo la receta, por ello debemos ir directamente a la práctica.

"En nuestro perturbado mundo, practicar zazen significa volver a la verdadera dimensión del ser humano y reencontrar el equilibrio fundamental de la propia existencia."[27]



Arturo Emilio Sala



NOTAS
[1] Tradición talmúdica.
[2] Merleau Ponty, M. Signes. París, Gallimard, 1964
[3] M. Merleau Ponty, Signes.
[4] Bernardo de Claraval
[5] Tradición talmúdica
[6] Martín, Consuelo. Discernimiento. Estudio y comentario del tratado Drig-Drisya-Viveka de Sankara. Editorial Trotta S. A., Madrid, 2006, p. 12.
[7] Jabés , E. op. cit ,pp.78-79
[8] Jabés, E. Libro de los márgenes III. Construir en el día a día. Madrid, Arena Libros, 2007, p.13
[9] ibid. p. 12.
[10] Ortega y Gasset, O. Defensa del teólogo frente al místico. En: Revista de Occidente, Madrid, 1964, pp. 457-459.
[11] Análoga al aforismo Vedanta:"El que sabe, no habla. El que habla, no sabe".
[12] Wittgenstein, L. Investigaciones filosóficas. Barcelona: UNAM, Instituto de Investigaciones Filosóficas- Crítica, 1988.
[13] Jabés, E. El libro de las preguntas. Madrid, Siruela, 2006, p.255
[14] Para ampliar la temática, puede consultarse con provecho: Tashi, Yoritomo-Dangennes, B., El arte de conquistar la serenidad, Buenos Aires, Editorial Nueva Era, 1991.
[15] Ibid., p. 22.
[16] Ibid., p. 46.
[17] Ibid., p. 115.
[18] En: Cheng ,F. Vacío y plenitud. Madrid, Siruela, 1993,p.119
[19] Cheng ,F. Cinco meditaciones sobre la belleza. Madrid. Siruela, 2007 pp. 19-20
[20] Shah, I. Las ocurrencias del increíble Mulá Nasrudín. Buenos Aires, Paidós, 1976,p.32
[21] Shah, I. Op.cit. p.18
[22] Tradición Zen
[23] Fernández, M. No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1967, p. 15-16
[24] Heisig, J, W. Filósofos de la nada. Barcelona: Herder, 2002.
[25] Borges; J. L. Macedonio Fernández. Selección y prólogo. Buenos Aires: ECA, 1961. Biblioteca del Sesquicentenario
[26] Daichei Sokei. 
[27] Taisen Deshimaru.

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